Había una vez, en
una pueblo perdido, una mujer cuyo corazón estaba corrompido. En sus venas
corría la mentira y la maldad palpitaba fuertemente en su interior. Su boca no
articulaba palabra, sino gritos de odio y desesperación. Tenía una cara ovalada
horrible, uñas largas y ojos vivos. La melena le llegaba hasta la cintura y
cada día iba vestida de una manera diferente. A simple vista parecía una mujer
normal, pero si te fijabas bien, podías ver como sus ojos reflejaban toda su
decepción, sus fracasos, su ambición, su odio. Cada mañana, se ponía una careta
que guardaba en el armario. Ella la llamaba la “careta de la normalidad”.
Gracias a ella podía fingir ser una mujer normal, con una familia normal y con
una vida normal. Esta careta también le ayudaba a articular sonidos, palabras
dulces mezcladas con crueles intenciones. Su único objetivo en esta vida era su
satisfacción, conseguir sus maldades y proposiciones. Para conseguir todo lo
que quería no dudaba ni un momento en absorber el alma de las personas,
haciéndoles caer en la locura.
Todo el mundo la
temía, le llamaban “la hechicera de la colina”. A menudo utilizaba sus técnicas
en las artes oscuras para conseguir lo que quería de las personas. A los pocos
años de su aparición, misteriosa y lúgubre, ya había conseguido innumerables
riquezas, de las cuales se regocijaba día y noche y contaba incansablemente
hasta el amanecer....